Actualmente, el 47% de los niños europeos padecen algún tipo de alergia. Las alergias son el síntoma de una reacción intensa del sistema inmunitario para hacer frente a una sustancia potencialmente nociva para el organismo.
Pero, desde mediados de los años ochenta, se empieza a detectar un trastorno complejo con efectos diversos sobre algunas personas que provocan estados más o menos graves en su salud. Estos trastornos responden a una sintomatología compleja relacionada con los sistemas fisiológicos básicos: nervioso, hormonal, inmunitario, respiratorio, cardiovascular, óseo, digestivo, etc. Estas personas padecen lo que se conoce por sensibilidad química múltiple (SQM), aunque últimamente se ha definido como intolerancia ambiental idopática (IAI, Idiopathic Environmental Illness).
Lo que desencadena un cuadro clínico de SQM es siempre la exposición a una determinada sustancia química. En la práctica, los afectados ven que la única manera de sobrevivir es evitar la exposición a cualquier agente químico y fortalecer el organismo con diferentes técnicas (alimentación, psicológicas, etc).
Dado que se trata de un cuadro sintomatológico múltiple, se hace difícil comprender su naturaleza, razón por la cual la minoría afectada se siente incomprendida. En todos los casos de los afectados hay algún episodio de exposición a tóxicos (plaguicidas como resultado de fumigaciones en el lugar de trabajo, manipulación o contacto con disolventes orgánicos, metales pesados, contaminación alimenticia, etc.).
El cuadro clínico, variable según las personas afectadas, lleva a descoordinaciones motores, náuseas, dificultades respiratorias, agotamiento físico y mental, inflamaciones, afecciones dérmicas, etc. y puede durar desde horas hasta semanas.
Algunos de los síntomas frecuentes son la pérdida de memoria y atención, junto con un estado de somnolencia durante la vigilia.
Estudios recientes demuestran que ciertas sustancias químicas en nuestro organismo toman la misma estructura molecular que algunas hormonas o neurotransmisores que pueden ocupar el lugar de los receptores programados
por algunos neuropéptidos, como la acetilcolina a nivel encefálico, responsable del equilibrio, la capacidad de atención o el grado de conciencia. Esto nos aporta luz sobre otras enfermedades como la hiperactividad en los niños posiblemente por la influencia de tóxicos en el ambiente.
En general, la mejora del paciente es el resultado de la lejanía de los efectos químicos, con la dificultad que conlleva no siempre saber cuál ha sido el causante del problema. La dieta alimenticia, pero también el estilo de vida, queda condicionada.
Lo único claro es que sólo evitando al máximo la exposición a sustancias químicas sintéticas se puede mínimamente controlar la afección. Algunos expertos también empiezan a señalar que otras enfermedades más reconocidas como la fibromialgia o la SFC (síndrome de fatiga crónica) pueden ser causadas por intoxicaciones químicas persistentes.
En cualquier caso, la SQM o IAI es una realidad que hace que las personas se vean afectadas por trastornos fisiológicos más o menos graves por la exposición a sustancias químicas tóxicas en concentraciones muy bajas que no afectan por ahora a la mayoría. En el momento actual no tiene solución, y lo único que se puede hacer es ayudar a los que tienen que convivir con la enfermedad y enseñarles cómo se puede conseguir una mejor calidad de vida dada la precariedad de salud a que están sometidos.
Quizá los afectados de SQM no son más que la vanguardia de la advertencia ambiental por la creciente carga química con la cual vivimos con tanta inconsciencia. De momento, el mejor remedio es prevenir el riesgo químico.
Autor: Lali Roca – Fundación Terra